lunes, 1 de agosto de 2005

¿Por qué es buena la importación?

Importar bienes y servicios es bueno para usted, bueno para la empresa en la que trabaja y bueno para la economía en su conjunto hasta tal punto que sigue siendo bueno cuando algunos negocios se ven obligados a echar el cierre. ¿Le sorprende? ¿No le cuadra la idea de que si compramos mucho al exterior nuestra economía pueda beneficiarse de ello? No se preocupe, es lo habitual. En asuntos como el comercio internacional sigue muy presente la mentalidad mercantilista en virtud de la cual la economía es un ejercicio de suma cero en el que unos ganan vendiendo y otros pierden comprando. Tal convencimiento hunde sus raíces en la noche de los tiempos, en el pasado más remoto de nuestra especie cuando ni se compraba ni vendía. Las “transacciones comerciales” eran por la fuerza y, efectivamente, implicaban que una parte se enriqueciese y la otra se empobreciese de manera súbita y, las más de las veces, inesperada.

En un entorno de libre mercado, respeto por los contratos y economía abierta comprarle cosas al vecino es bueno para las dos partes. Para el que vende y para el que compra. La experiencia nos dice que los países más abiertos, los que menos trabas ponen al comercio son los más adelantados, lo más competitivos y, naturalmente, los más prósperos. Holanda, por ejemplo, se desarrolló vertiginosamente en el siglo XVII cuando decidió organizar una vasta red comercial a escala mundial. Y eso que la Holanda de entonces apenas poseía bienes para exportar. En nuestros días el ejemplo lo han seguido algunas naciones con gran éxito. Singapur o Hong Kong llevan medio siglo dedicados, en esencia, a comerciar y no puede decirse que les vaya mal del todo. Otros países más grandes se han especializado en ciertos productos que ponen en el mercado a precios muy competitivos mientras compran el resto de bienes que necesitan. Taiwán, por ejemplo, es una inmensa factoría de aparatos electrónicos... y poco más. Los taiwaneses compran casi todo fuera de sus fronteras, que es mucho gracias a los suculentos rendimientos que les procura su actividad principal.

La bendición del comercio libre hace a las empresas más competitivas e impulsa siempre el precio de los productos hacia abajo. Si, por ejemplo, los burócratas de Bruselas prohibiesen en Europa importar automóviles, nuestros fabricantes, libres de la presión exterior encarecerían los coches y los harían peores porque, en definitiva, el mercado sería de su propiedad. Con el correr del tiempo las marcas europeas estarían desfasadas, no incorporarían avance alguno a sus vehículos y a los europeos no nos quedaría más remedio que conducir coches antiguos, caros y, probablemente, escasos. Lo mismo sucede con la ropa, las materias primas o la mano de obra. Si compramos pantalones hechos en la India porque son más baratos y de similar calidad que los tejidos en Barcelona ambos hemos ganado. Ellos porque han colocado un buen producto y nosotros porque hemos visto atendida nuestra demanda al precio que, subjetivamente, considerábamos adecuado. Es obvio que todo ese dinero obtenido gracias a la venta de pantalones no van a meterlo en un cesto de esos que emplean los encantadores de serpientes para servir de hogar a una letal cobra de anteojos. Una parte la invertirán en mejorar la maquinaria y otra en dotarse de bienes de consumo. Es probable que lo hagan fuera de sus fronteras. Cabe incluso la posibilidad de que satisfagan esa necesidad adquiriendo una tejedora hecha en Barcelona.

Los resultados prácticos del comercio en libertad son el mejor remedio contra la pobreza y el más eficaz acicate para propulsar la competitividad y la eficiencia de las empresas. Mejora las condiciones de vida en ambas partes y es un sólido cimiento para la paz y la concordia de todos los que poblamos este pequeño planeta. Porque dos individuos que cooperan e intercambian rara vez guerrean. La próxima que adquiera algo fabricado en el exterior no sienta cargo de conciencia, con ese pequeño gesto no sólo está atendiendo a una necesidad subjetiva sino que está contribuyendo decisivamente al bienestar de los muchos que han hecho posible que ese producto llegue hasta sus manos.

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