miércoles, 5 de septiembre de 2007

Hotel Ryugyong, monumento al despropósito

En 1986 la compañía Westin inauguró en Singapur el que en aquel entonces era el hotel más alto del mundo. Se llamaba Westin Stamford y tenía 73 plantas y 226 metros en vertical, es decir, casi lo mismo que mide la Torre Espacio de Madrid. Aunque Westin era (y es) una empresa norteamericana, uno de los emblemas de la mejor hostelería yanqui, se encargó la construcción del coloso a la corporación SsangYong, natural de Corea del Sur. Hoy, más de 20 años después, ya nos hemos acostumbrado al dinamismo y la ambición de las empresas surcoreanas, pero entonces eran aún relativamente desconocidas y sus logros llamaban poderosamente la atención, tanto en el extranjero como en la propia Corea que acababa de sacudirse siglos de atraso y modorra. Construir el hotel más alto del mundo fue motivo de orgullo para los surcoreanos e, inevitablemente, motivo de frustración para el esclavizado y hambriento vecino del norte.


Kim il Sung, que por aquella época era reverenciado como Gran Líder y Presidente Eterno (sic), ordenó la construcción en Pyongyang de un edificio que superase en altura y magnificencia al que SsangYong había hecho en Singapur. La República Popular de Corea, ese dichoso lugar donde el comunismo se había hecho carne, debía quedar por encima y demostrar a todas las naciones que la ideología Juche que había parido el Eterno era superior en todo al capitalismo decadente de los hermanos sureños.

Las obras comenzaron en 1987 y se preveía que el hotel fuese inaugurado dos años después, en el verano de 1989, coincidiendo con la celebración del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, esa verbena servil e infame que aun se convoca, la última vez en 2005, en Caracas, para regocijo de los carcamales que se dicen socialistas del siglo XXI.

Como era de esperar en un país comunista los plazos no se cumplieron y el Ryugyong no fue inaugurado en el 89... ni en el 90... ni en el 91...ni en el 92. Aquel año la construcción se detuvo de golpe. Probablemente no quedaba en la caja ni para pagar la sopa de los albañiles. Los cortes de electricidad eran continuos, el bloque socialista había naufragado sin remedio y, para colmo, la gente se iba muriendo de hambre por la calle. Como en la Cuba del "periodo especial" la tiranía norcoreana replegó velas y se encastilló cerrando el país a cal y canto.

Han pasado 15 años y el mastodonte piramidal de Kim Il Sung sigue ahí, presidiendo la silueta urbana de la capital. Si no lo tiran antes algún día se caerá de puro viejo y de puro mal hecho que está porque, aunque la ingeniería socialista era atrevida en grado sumo, no cuidaba mucho de la calidad de los materiales. El Ryugyong nunca se terminará de construir porque es una inmensa ruina de más de 300 metros de altura, sin puertas ni ventanas. Este es el único récord que ha batido. Este y el de la estupidez arquitectónica.

Durante años las autoridades de Pyongyang gustaban de publicar postales en las que el hotel aparecía terminado y disfrutando de una iluminación nocturna extraordinaria. Era mentira, simple manipulación fotográfica con la que los jerarcas del régimen trataban de engañar a los visitantes sin darse cuenta de que se estaban engañando a sí mismos. Lo de siempre, fabricar una patraña para la exportación y terminar consumiéndola en casa... como en la Unión Soviética, como en Polonia, como en Cuba.

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