viernes, 20 de agosto de 2010

100 millones de muertos... y contando

Pocas veces una mala idea ha sido tan cara en términos de vidas humanas como el comunismo/socialismo marxista. He preparado en LD una galería con 40 fotos que resumen casi un siglo de barbarie ideológica. Algunas imágenes son de una dureza extraordinaria, pero, del mismo modo que tenemos la obligación moral de mirar a la cara al Holocausto nazi, es necesario ver los sanguinolentos resultados prácticos de la utopía comunista para aprender de una vez con quien nos jugamos los cuartos. El comunismo, a diferencia del nazismo, no ha muerto, goza de una salud excelente y aspira en este siglo a extender el mismo reguero de muerte y destrucción del siglo anterior.


Los defensores de la utopía absurda de igualarnos a todos en la fosa dirán que no, que eso no es comunismo, que el comunismo de verdad no mata para imponerse porque el ideal anida en los corazones de la buena gente, es decir, del proletario ya que, siguiendo a Marx, el que no lo es piensa con una lógica distinta y merece ser eliminado. Aún haciendo esa salvedad y tomando por válido el polilogismo marxista, no es cierto que el comunismo sea connatural a la especie. El comunismo no se elige, siempre se impone, y se hace, tiene que hacerse, matando gente, proletaria y de la otra. No hay otra opción. Cuando Fidel Castro dice la memez esa de "Socialismo o muerte" sólo le falta añadir la muletilla "...del contrario".

Otros dicen que las religiones han matado mucho más y que, por las mismas, el hecho religioso debería ser execrable. Tampoco es cierto. El marxismo ha sido una droga mucho más letal que la peor de las religiones, que la más criminal de las sectas. En apenas 70 años, una minucia insignificante en términos históricos, la idea comunista segó la vida de 100 millones de personas y, localmente, justificó desconcertantes masacres, impensables en cualquier otro tiempo, como la de los jemeres rojos en Camboya, el Gran Salto Adelante de Mao Zedong o las dos hambrunas que Lenin y Stalin desataron en Ucrania y el sur de Rusia con fines políticos durante las décadas de los años 20 y 30.

Las religiones, al menos las del Libro, llevan aparejado un código moral de conducta y disponen de una herramienta disuasoria del mal muy eficiente: el juicio final y/o el veredicto inapelable de ultratumba. Por descontado, a lo largo de la historia, los cristianos, los judíos y los musulmanes han cometido atrocidades, muchas veces en nombre de la religión, pero ninguna de ellas es comparable a los genocidios planificados de corte ideológico perpetrados por los socialismos en el siglo XX. Nada de eso sucede en el comunismo, que siempre se ha sentido franco para rehacer el mundo al antojo de sus líderes, sin que éstos tengan que adaptarse a más moral que la elegida para la ocasión y sin que tengan que temer por la salvación del alma en el más allá.

Nunca antes de la irrupción de comunismo y de sus franquicias fascista y nacional-socialista, el hombre ha matado tanto y con tanta impunidad. Esto es así se pongan como se pongan los que, todavía hoy, se llaman comunistas y dicen serlo orgullosamente. A estos les invito a pasar a la galería y mirar fijamente a los ojos de las víctimas involuntarias del más perturbado y criminal conjunto de ideas que ha parido la mente humana.

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