sábado, 26 de enero de 2013

A propósito de Amy

Poco puedo añadir a lo que ya se ha dicho sobre el caso Amy Mulas. Lo que casi nadie ha recordado es que esta sinvergüenzura, como dicen en Chile, sería imposible si el Estado no manejase esa cantidad obscena de dinero para repartirla después entre su numerosa y hambrienta clientela. Justifican las exacciones fiscales con el cuento de la sanidad y la educación, cuando lo cierto es que tanto la una como la otra no necesitan tantos fondos como de los que se provee el Gobierno dentro y fuera del país.
En resumen, que nos saquean a impuestos y endeudan a las generaciones venideras para este tipo de imbecilidades. ¿Cuántas Amy Mulas hay y ha habido en España en los últimos años? ¿Cuántas facturas de 3.000 euros y subvenciones de 40.000 se han concedido a los amigos del poder? El tema de Amy Mulas, que Beria el Tuerto despreciaba el otro día por tratarse de una cantidad menor al lado de los sobres de Bárcenas, pone al descubierto una estafa de marca mayor al contribuyente y abre un debate al que nadie querrá apuntarse. Porque, a fin de cuentas, aquí, quien más y quien menos, lo que quiere ser es Amy Martin o, mejor aún, Carlos Mulas, queganaba un indecente dineral por dirigir el “think tank” de un partido.

No tengo nada en contra los “think tanks”, de hecho soy fundador de uno. Lo que no termino de entender es por qué los contribuyentes tenemos que mantener vía impuestos los “think tanks” de los demás. Es algo tan absurdo que no tiene explicación posible, más allá de la que los propios políticos le buscan con una mano mientras con la otra reciben la transferencia.

Mi “think tank”, el Instituto Juan de Mariana, nunca ha recibido ni un céntimo de dinero público, ni directa ni indirectamente. Su funcionamiento lo costeamos los socios con aportaciones anuales. Eso nos permite alquilar una modesta sede en Madrid y realizar unas cuantas actividades. Nos gustaría hacer más cosas, lógicamente, pero los fondos de los que disponemos son los que son. A cambio somos cien por cien independientes y nos debemos a nuestras ideas, las mismas que tratamos de promover porque creemos que sobre ellas se levantan sociedades más libres, más prósperas y, sobre todo, más justas. Sociedades en las que tipos como Amy Mulas y su contraparte Carlos Martin no tengan cabida por la simple razón de que nunca tendrían acceso a nuestros bolsillos.

Espero que, después del affaire Mulas, estas cosas, que los liberales venimos denunciando desde hace tiempo, empiecen a tomarse en serio. No tenemos por qué pagar fundaciones a las que no pertenecemos, ni cortos cinematográficos que no vamos a ver. Nos cuesta mucho ganar el dinero que luego Hacienda nos quita a la fuerza para que ese dinero termine en el bolsillo de un aprovechado. Si Carlos Mulas quiere pagar la columna a 3.000 euros el gramo me parece bien, pero que lo haga con su dinero o con el de sus socios, no con el mío, el que infructuosamente trato de ahorrar todos los meses para tener una vejez tranquila y dejar algo a mis hijos. 

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