jueves, 12 de septiembre de 2013

Madrid y todo lo demás

No lo voy a negar, eso de la Diada ni me va ni me viene; lo veo, constato la paletería intrínseca del evento y a otra cosa. Como norma general los arrebatos patrióticos me gustan entre poco y nada, y esto de la Diada no deja de ser uno de ellos, y de los muy ruidosos. El nacionalismo es uno de los grandes enemigos de los hombres libres, el otro es el socialismo. Cuando se combinan ambos la catástrofe es segura. Lo que hasta la fecha nos ha salvado de la quema definitiva es que la izquierda española -perdón, del Estado Español-, no se nos ha hecho patriotera. Sé de buena tienta que algunos izquierdistas lo lamentan. Querrían que esto se pareciese más a Venezuela y así poner al protocaudillo ibérico a dar mítines con su chándal de la bandera de España para frenesí del respetable.

Imagine que a Cayo Lara con todo su zarrapastroso equipaje de ideas a cuestas le da mañana por envolverse en la rojigualda y proclamar a los cuatro vientos su amor proletario por la Virgen del Pilar. Eso sería el fin. En ese preciso instante nos tendríamos que largar del país, recoger lo que nos pillase más a mano y correr a Barajas a subirnos en el primer avión que saliese para el extranjero. Por suerte no ha sucedido aún y lo más probable es que no suceda en mucho tiempo, al menos en los próximos cincuenta años. La izquierda estadoespañolí, cargada de complejos mal diagnosticados y peor curados, se aldeanizó en los años setenta y ahí sigue, haciendo el indio, reclamando la “libertad de los pueblos” y el fin del “yugo español” sobre “las nacionalidades históricas del Estado”. Que sigan así. El país mal que bien podría superar la viruela socialista, pero no el dengue nacionalista ni la peste bubónica del patrioteo tercermundista.

Así, mientras España como tal se va librando de lo peor, son sus extremidades las que se han contagiado del mal. No existe nacionalismo periférico que no lleve incorporado una generosa dosis de socialismo. Cataluña es quizá el caso más extremo, pero no el único. Quitando Madrid no hay rincón del país que no tenga su respectiva dote de memos patrióticos subvencionados paseando banderitas regionales, interpretando una tragicomedia en la que ellos son las víctimas y Madrid el victimario. Madrid es el coco, la raíz de todos los males. Por Madrid quieren decir España, y por España, Madrid. No saben, claro, que a los madrileños fetén sus cuitas patrias, sus idioteces pueblerinas, su manojo de obsesiones identitarias nos la traen bastante al fresco. Nos limitamos a deslomarnos a pagar impuestos para que con ellos el Gobierno riegue toda la geografía nacional, con especial predilección por la parte de esa geografía que cae de Despeñaperros para abajo. Vivimos tan al margen de toda esta movida que ni nos quejamos por ello. Quizá deberíamos tomar nota de lo que piden los catalanes más sensatos, que los hay a puñados, y hacer lo mismo. Quizá haya llegado la hora de reclamar la independencia fiscal. En todo lo demás seremos más españoles que nadie.

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