martes, 26 de noviembre de 2013

Vapeos otoñales

Justo cuando en ciertas zonas de Madrid había más comercios cerrados que abiertos ha llegado como caído del cielo un nuevo tipo de negocio, el de los cigarrillos electrónicos, cuyas tiendas ocupan ya, metro cuadrado arriba metro cuadrado abajo, la mitad de la superficie comercial de la ciudad y de parte del extrarradio. Ni cuando empezó lo de los móviles hace ya casi veinte años asistimos a una metástasis tiendil similar. De unos seis meses a esta parte no hay calle digna de tal nombre en la capital que no tenga su tienda de pitillos vaporosos, algunas incluso tienen dos y las más largas gastan tres.


El común de los madrileños no sabe a ciencia cierta que demonios se vende allí, algunos se acercan al escaparate y miran el rosario de canutillos, frasquitos de plástico y baterías expuestos entre alcanfores y papel maché. Alguno incluso entra a preguntar y sale siempre con una bolsita en la que el dependiente, generalmente italiano, ha colocado con sumo cuidado el así llamado “kit de iniciación al vapeo”. Todo previo pago de unos cincuenta machacantes, que es lo que viene a costar iniciarse en este arcano. Bien, vale, todo muy bonito, pero, ¿qué puñetas es eso del vapeo? Simple, vapear es fumar pero sustituyendo el humo por el vapor. Los canutillos de marras llevan dentro una resistencia que vaporiza el contenido de los frascos, un aceitillo con nicotina aromatizado, que el vapeador se mete tan ricamente para el pecho.

El éxito de estos chismes estaba cantado tan pronto como empezasen a estar disponibles para la gente normal, toda esa carne de estanco y máquina de bar que, para mantener el momio de lo público, dedica casi un tercio del sueldo a costearse el vicio. El vapeo es tan satisfactorio como el fumeteo ordinario pero cuesta bastante menos y, a decir de los entendidos, es menos perjudicial para la salud. Existen desde hace años, pero casi nadie sabía de su existencia. Por un lado eran caros, y por otro sólo podían encontrarse en Internet. Quitando a los cuatro enterados de siempre nadie se arriesgaba a gastarse ese dineral en un cachivache que no tenía ni la oportunidad de tocar con sus propias manos. El cambio ha sido tan rápido que, en breve, cuando conozca a alguien que no sabe qué es, para qué sirve y cómo funciona un cigarrillo electrónico tenga por seguro que se encuentra ante un ser asocial que no sale a la calle.

La afición por el vapeo sospecho que irá a más y el fumeque tradicional a menos. Bien mirado, en el vapear todo son ventajas y en el fumar todo desventajas. Esto me lleva directo al siguiente capítulo: ¿qué hará el Gobierno para arruinar tan inocente placer? Tal vez prohibirlo, aunque lo más probable es que se decida por coser a impuestos a los vapeadores y a sus locos cacharros. La lógica de la política es esa misma, complicarnos la vida y meterse sistemáticamente donde no la han llamado. Ya buscarán excusas para hacerlo, de hecho ya las están buscando. La ventaja es que, a diferencia del tabaco, el vapeo es gran amigo de Internet. Y ahí, gracias a Dios, no hay Montoro que valga.

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