lunes, 9 de diciembre de 2013

Receso constitucional

Hace cuarenta años, cuando el régimen de Franco daba sus últimas boqueadas, nadie sabía a ciencia cierta qué suerte deparaba el futuro. Los capitostes, muchos, casi todos, se ponían en fila para estar bien colocados ante el hecho biológico, que es como se dio en llamar entonces a que el centinela de Occidente estirase la pata. El franquismo era muy de verbo inflamado. Ahí tenemos los primeros textos de Haro Tecglen, transidos de patriotismo sublimado y espiritualidad cursi, o las canciones de Víctor Manuel, que iban de lo mismo pero con regustillo a película de frailes. Hoy las cosas no han cambiado tanto. Todos, o casi, saben que se va acabando lo que se daba, que en el régimen del 78 empieza a no creer nadie y, claro, hay que colocarse de nuevo para seguir viviendo del cuento.


Las celebraciones de la semana pasada en torno al día de la Constitución fueron quizá las más frías y distantes desde que se conmemora este aniversario. Lo cierto es que nuestra Constitución no es muy vieja, tiene sólo 35 años a sus espaldas, que es nada frente a los 224 que lleva la norteamericana en vigor. Hay diferencias que explican la longevidad de la segunda y el malvivir de la primera. La más visible es la longitud. A los yanquis les ha ido de maravilla con sólo siete artículos que luego han ido actualizando con 27 enmiendas. A los padres de nuestra carta magna les hicieron falta 169 artículos más preámbulo, final y un puñado de disposiciones adicionales, transitorias y la derogatoria de todo lo anterior.


Con cinco o seis artículos creo que bastaría. Con fijar la forma de Estado, establecer de manera nítida la división de poderes y dejar bien claro que la propiedad es sagrada y que en el país prevalece la libertad de mercado y de expresión sería suficiente. Con eso se pondría coto efectivo a la tiranía, pero no, aquí se juntaron cuatro enredas en el Parador de Gredos a fumarse cartones y cartones de Ducados para atizarnos un documento de supuesto consenso que ha funcionado sí, pero sólo porque la Constitución era una suerte de llave en mano para que ellos mismos, los políticos, perpetuasen su dominio. Así ha sucedido. La Constitución del 78 ha hecho posible que el oficio más rentable sea el de político. Hoy nos quejamos de que así sea, pero con esa Constitución y todo lo que vino después no quedaba otra opción.

Pero la diferencia fundamental entre la Constitución norteamericana y la nuestra no es la extensión, sino el espíritu que habita en sus páginas. La nuestra es la propia de un pueblo servil habituado a que el poderoso siga siéndolo, es una carta otorgada que concede graciosamente una serie de libertades a los súbditos. La de EEUU es todo lo contrario, es un valladar frente al poder político impuesto desde abajo. Los padres fundadores desconfiaban del politiqueo, sabían que era malo por naturaleza y que de él sólo podía esperarse violencia y servidumbre. Los del Parador de Gredos eran oligarcas del BOE dispuestos a seguir enchufados a sus salvíficas disposiciones. Normal que allí la respeten y aquí la ignoremos. No podía esperarse menos.

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