martes, 11 de noviembre de 2014

Cataluña como síntoma

Se ha armado la del pulpo por lo del referéndum en Cataluña. Un lío que, por previsible, no acierto a explicarme cómo ha causado tanto revuelo. Desde la Generalidad llevan más de un año amenazando con que iban a convocar un referéndum, de modo que quien quisiese llevarse a engaño era porque quería. En Cataluña tres cuartas partes de lo mismo. Los próceres de la nación iban envalentonados como si protagonizasen algo histórico y se estuviesen jugando el pellejo en el envite. De lo primero quizá algo, de lo segundo nada de nada. La epopeya de la independencia catalana ha quedado en un domingo electoral cualquiera… con todas y cada una de las horteradas y las grandilocuencias de los domingos electorales. Así, sinceramente, no vamos a ningún sitio. En este plan el día de mañana no se merecerán ni una glorieta.

Con todo, y a pesar de la bufonada, del soporífero espectáculo de ayer pueden extraerse tres conclusiones. La primera es que Cataluña se independizará antes o después. Todavía no sabemos el cómo ni el cuándo, el quien dependerá de las próximas elecciones. El qué y el por qué parece que son dos incógnitas ya despejadas. ¿Qué solo votó el 30%? ¿Desde cuándo esos nimios detalles importaron a los padres de la patria? La segunda es que el Gobierno parece decidido a permitir que aquí no se cumpla la ley dependiendo de quién sea el incumplidor. Lo cual, para que vamos a ocultarlo, dará alas a todo tipo de aventureros. Sólo nos queda esperar que alguien emprenda la aventurilla en Madrid y consigamos desenchufarnos fiscalmente del resto del país. La tercera, y acaso la más importante, es que Rajoy ha tirado definitivamente la toalla a un año de la hipotética reelección. No me parece mala decisión porque ha sido (y está siendo) un presidente del Gobierno nefasto, peor que malo, una plaga egipcia que, me malicio, servirá de antesala a algo bastante peor.

Lo peor no es que se independice Cataluña –eso podría llegar a ser hasta balsámico si la separación se hace de un modo civilizado–, lo peor es que sobre las cenizas rajoyanas se levante un monstruo que luego no haya quien controle. En fin, nosotros lo hemos querido. Un país atontado como el nuestro, preso del pesimismo, la desesperanza, el complejo de fracaso colectivo, la envidia, el autodesprecio, la aldeanez y las ansias de desquite tiene lo que se merece. Cataluña no es más que un síntoma de una enfermedad que agarramos hace ya muchos años y de la que no queremos curarnos. Eso no hay referéndum que lo resuelva.

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